A veces huimos de las bondades ajenas, de los buenos gestos
de los desconocidos por ser simplemente eso, desconocidos. Hoy me he sentido increíblemente
feliz. Recopilando información sobre un proyecto que llevaba algún tiempo rondando
mí cabeza ha caído en mis manos un viejo libro. Pero no es un viejo-libro más.
Es un tomo donde se aglutina gran cantidad saber y sabias palabras, un característico
tomo que podría ocupar cualquier estantería de vuestras casas.
Lo especial de este libro es de donde proviene. Ha hecho un
viaje de 700 kilómetros
para tocar a mi puerta. Y recordarme (por si habría tenido
la maldita osadía de olvidar) donde vivo. Y de donde vengo. Es una edición de
hace casi 40 años que un hombre dejo en la cafetería donde me crie, rodeado de
juegos de café y donde los azucarillos era un producto prohibido para un niño
de cinco años. Un lugar que 25 años después, cerró sus puertas. Es especial por el recuerdo.
Es especial porque un desconocido y cuyo nombre no recordaba, volvió décadas después
a cederme y regalarme esta maravilla. Es curioso que alguien se acuerde de las
pasiones de un desconocido. De su afición por el arte, la fotografía, los viajes
y Granada. Es inspirador que cuatro años después de instalarme de nuevo en el
reino Nazarí un viejo-libro me empuje a enseñaros mi visión, de idas y venidas,
de una de las ciudades más bellas del mundo y sus siete hermanas.
Gracias Señor desconocido, mil gracias.
Empecemos con un pequeño adelanto:
Para vivir y morir, amigo mío... ¡Andalucía!
